VIII

El ruido y el silencio inherentes a la imagen y el sonido, el grano y la nitidez, la superposición de frecuencias y la ausencia de onda, no son realidades incompatibles, en mutua oposición, al contrario, se distribuyen en el espacio y el tiempo como gradientes complementarios, aspectos concomitantes de lo imperceptible, umbrales de audición y visión. El cuadro móvil audiovisual es disyuntivo por naturaleza, la matriz  de escisión también está escindida en facetas, tanto en su fundamento de doble plano, como en su manifestación de líneas sonoras y visibles. Es tan evidente que ni se ve ni se oye. Está aquí mismo. El silencio es la pantalla, o el altavoz, hacen ver y escuchar sin dejarse ver ni oír, invisibles e inaudibles, pedestal vacío, superficie metafísica de inscripción de la matriz, medio de suspensión y transmisión de  elementos dispares; el ruido de fondo es el foco caótico matricial, el proyector de dispersión, cañón de partículas que traza las trayectorias erráticas de lo sensible a través del delicado tamiz de la pantalla en blanco, visión sorda al oído y escucha ciega a la mirada.

VII



                                                   VIIa



                                                    VIIb

VI

El fuera de campo, la inadecuacion, la falta de sincronía entre la imagen y el sonido no es un accidente, una situación pasajera, es la condición esencial para la relación de singularidades visuales y sonoras que no ocupan ni pueden ocupar el mismo campo, divergencia infinita de mundos aparte. La extrañeza es la regla del juego.

V

IV

El círculo hermenéutico del sonido sigue los pasos del operador de cine mudo, repite su periplo, emula sus pasos, sólo alcanza el sonido a partir del silencio y el color desde el blanco y negro. El pintor también medita largamente la decisión, realiza múltiples ensayos y sólo cuando cree que está preparado, y el momento es propicio, da el salto en el vacío del esbozo de sombras a la tierra desconocida de los colores. Del mismo modo, el operador rhopográfico rehace el círculo a su manera y sólo conquista el sonido a partir de la ausencia de sonido, desde el grado cero. Ver sin oír es el paso preliminar para mirar y escuchar algo; aunque el círculo sólo estará completo, esto es, roto sin reparación posible, cuando se alcance a oír sin ver nada, para de nuevo volver al silencio absoluto, punto de partida del sonido y el silencio relativos. Todo el proceso se desarrolla bajo la intuición de una raíz desconocida común del campo de audición y el campo de visión, rayo latente o dormido, que al final acaba llegando a la superficie, combustión eterna del incendio del mundo. La zarza ardiendo desde las raíces transmite luz y sonido, el humo señala el lugar.

III

II