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El silencio es la matriz disyuntiva de la pantalla acústica y la pantalla visual, fuente de sonido y foco de imágenes. Campo de presión transparente e inaudible, en la misma medida que ni se ve ni se oye, (se) hace ver y (se) hace oír; el operador de percepción que se acerca a este umbral donde se escucha todo lo que se puede escuchar, con todas las reservas, no oye nada, onda perpetua sin vibración ni frecuencia. Traspasar el umbral, el muro del sonido y la imagen, correr el velo del mundo, convierte la transparencia en oscuridad absoluta y el silencio en ruido ensordecedor, caos oscuro y chirriante. Por necesidad, las imágenes y los sonidos surgen por disyunción de esta membrana a la vez receptora y emisora, chorro bifurcado que llena el mundo. Existe una disparidad fundamental, una no-relación insuperable de la visión y la audición, subcampos del campo pulsante, porque el sonido siempre está en otra parte, en ninguna parte, en todas ellas, se transmite en otro medio que la imagen, está realmente en el aire. El circuito audiovisual está roto, fragmentado, el doble carril de lo visible y lo audible sigue rutas diferentes, a velocidades distintas, que se cruzan en puntos imprevisibles, encuentros al azar de la luz y la materia, ondas de choque que circulan en la omnipresencia del grado cero de la imagen y el sonido.